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¿Sabes distinguir entre cerebro y mente? Hazlo y reaccionarás mejor

“La biología te da un cerebro. La vida lo convierte en una mente”, así reflexionaba el escritor Jeffrey Eugenides en su libro Middlesex (Anagrama, 2003). Ambos entes son diferentes, pero en ocasiones, la semántica de ambos términos se confunde, quizá por la íntima relación y dependencia que se desarrolla entre ellos. Pese a la interconexión que los caracteriza, tanto la función como el desempeño de cada uno es distinta.

“El ser humano es capaz, gracias a su cerebro y su mente, de transformar la materia objetiva (una obra de arte, un concierto...) en una experiencia emocional subjetiva”, explica la médica especializada en neurociencias Rosa Casafont i Vilar.

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Para empezar, el cerebro es un órgano; sin embargo, la mente es una entidad abstracta y, aunque, se activa a través del cerebro, está separada del mismo. “Mientras que el cerebro es una estructura que forma parte del encéfalo, dotado de sustancia gris, blanca y neurotransmisores, la mente es privada, no tiene forma o estructura alguna, no puede tocarse, no se ve”, indica la profesora Natalia Martín, directora del curso Experto Universitario en Psicología Positiva de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR).

Recurrimos a la neurociencia para aclarar el papel de cada uno y mejorar la respuesta de ambos ante la experiencia vital.

Separados, pero inseparables

De forma práctica, podemos decir que la mente utiliza al cerebro y el cerebro responde ante los estímulos de la mente. “El cerebro es un órgano que rige todas nuestras funciones vitales, monitoriza y regula la relación con nuestro mundo interior y exterior. La mente es lo más propio que tenemos, única e intransferible. Está constituida por un conjunto de procesos conscientes e inconscientes que emergen del cerebro, y se expresa, crea y recrea a través del citao órgano y del cuerpo”, comparte Casafont i Vilar, licenciada en Medicina y Cirugía.

La mente son procesos conscientes e inconscientes que emergen del cerebro

Rosa Casafont i Vilar

Médica especializada en neurociencias

Todo lo relacionado con el control involuntario de los sistemas del organismo es terreno cerebral. Por otra parte, la actividad eléctrica que genera el cerebro es la responsable de procesos mentales como el pensamiento o el sentimiento, y de funciones cognitivas como la memoria, el razonamiento o el lenguaje.

De la química cerebral depende que una emoción perdure o se esfume. Por ejemplo, si la dopamina ha iniciado un proceso emocional e interviene la noradrenalina, se incrementará la atención. Y si aparece la serotonina, se favorecerá la obsesión y aumentará la funcionalidad de las neuronas espejo.

No obstante, el desarrollo de una emoción también puede verse influido por la mente, ya que cuenta con cierta capacidad de control sobre aquello que percibe dirigiendo su atención. “Aunque esto no siempre es así, como ocurre por ejemplo con el afecto o la memoria; aquí es donde entran en juego ciertas herramientas de control y gestión emocional”, añade la psicóloga.

En evolución constante

Existe una influencia bidireccional entre cerebro y mente que determina la evolución constante de ambos. “Cada experiencia cambia el perfil neurobiológico, estructural y funcional del cerebro y, por lo tanto, de la mente”, manifiesta la neurocientífica.

Cada vez que el órgano recibe un estímulo, responde construyendo nuevas conexiones o reforzando las que ya existen. Esta transformación sucede de forma involuntaria, pero también se puede trabajar sobre ella y modificar hábitos y creencias y, en definitiva, la forma de reaccionar que el ser humano tiene hacia ciertas experiencias.

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Sesgos cognitivos

“Nuestras neuronas (se estiman en 85.000 millones) se estructuran en circuitos de capacidad para desempeñar todas las funciones vitales y nuestros pensamientos, sentimientos y comportamientos. Estos circuitos son neuroplásticos, lo que quiere decir que tienen capacidad de cambio. Esta es una propiedad intrínseca del cerebro, que se da con cada experiencia, pensamiento o sentimiento, ya sean saludables o no”, añade Casafont i Vilar.

Además, se trata de una condición que acompaña al individuo durante la madurez. “Aunque se suele pensar que el cerebro de los niños es más moldeable, lo cierto es que un adulto puede mostrar la misma capacidad de aprender si se dispone del tiempo, la motivación y el esfuerzo necesario”, asegura Martín.

Usar el cerebro para controlar la mente

Como decíamos, el cerebro se encuentra evolución constante y la capacidad plástica de las redes neuronales que soportan pensamientos, sentimientos y comportamientos es un hecho. “Si bien todos la tenemos, gran parte de la población no sabe cómo dirigir esa plasticidad para crear hábitos saludables y desestructurar los no deseados”, subraya Casafont i Vilar.

En definitiva, se trata de saber cómo reaccionar ante diferentes estados de ánimo para que las emociones trabajen a favor y no en contra del propio individuo.

“Debemos tener en cuenta que nuestro cerebro es un órgano de conocimiento emocional y que las emociones siempre están presentes en nuestra toma de decisiones. También que, en función de esos estados, podemos deprimir o mejorar nuestra inmunidad”, explica la doctora, que ha desarrollado el método Thabit (Desclée de Brower, 2020), un compendio de herramientas y procedimientos para que cada persona pueda ser creadora de su proceso de vida.

 

En situaciones de estrés

Por ejemplo, para cambiar la reacción ante una situación de estrés propone lo que denomina herramientas rápidas. “Hay un recurso triple que es el kit de emergencia, e implica la respiración suave por la nariz, una posición corporal correcta y la estimulación de la salivación. Estas medidas son más efectivas que un Valium 10”, propone la doctora. Con ello se consigue tomar conciencia de la situación, evitar el colapso corporal y recuperar la calma.

Para transformar pensamientos

Si lo que se persigue es transformar pensamientos, aplica las llamadas herramientas sólidas. La profesional alude a una metáfora con dos bolas, una roja y otra verde. “Cuando nos sentimos mal, estamos mirando hacia la roja que simboliza aquello que no queremos. En ese momento, tenemos que orientar nuestra atención consciente hacia la bolita verde, lo que me hace sentir bien”, añade. Es algo que funciona incluso cuando no se es consciente del origen del malestar, cuando los pensamientos están automatizados.

En relaciones conflictivas

También se puede redirigir el comportamiento mediante lo que Casafont i Vilar califica como herramientas de soporte. Una de ellas es la observación de las coincidencias con otras personas. “Normalmente la relación de las diferencias nos distancia, en cambio cuando observamos las coincidencias nos abre el canal de comunicación y, a partir de ahí, podremos trabajar las diferencias”, continúa.

Otra forma de controlar el efecto que provocan las emociones es a través de técnicas como la meditación, el yoga o el mindfulness, ya que tienen un impacto positivo sobre las funciones cognitivas. “Además se ha observado que pueden influir incluso en variables fisiológicas, tales como la presión arterial o la producción de cortisol (la hormona del estrés)”, comparte Martín.

La importancia de la dieta

La dieta desempeña un papel fundamental para que el flujo entre cerebro y mente sea óptimo. “Es importante conocer que casi un 20% del azúcar que consumimos va directamente al cerebro; por lo tanto, gran parte de la función cerebral depende de la cantidad de glucosa que se ingiere. Si esta cantidad de azúcar no está regulada, se puede crear confusión en la mente”, aconseja Martín. No se trata de recurrir a alimentos azucarados, sino todo lo contrario. La intención es evitar que el cerebro reciba una sobrecarga de esta sustancia.

“Si nuestra dieta es saludable y nos encontramos bien, no hay mayor problema: el aporte de glucosa estaría garantizado, aunque no volviésemos a comer un dulce nunca más”, concluye Martín.

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