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Elogio de las matemáticas

Las matemáticas y la lógica han ido de la mano a lo largo de la historia de la humanidad. Las matemáticas son inseparables de la ciencia y la lógica es indisociable del pensamiento racional desde sus orígenes en Grecia.

El maestro Pitágoras fue el primero que, sin dejar escrita obra alguna, conjugó en su enseñanza oral el arte del pensamiento matemático. Le asombraba –y en el asombro sitúa Aristóteles el origen de la filosofía- que la armonía musical dependiera de exactas relaciones numéricas y que, por tanto, bajo la apariencia de cualquier fenómeno habitual se ocultaran relaciones numéricas –al principio insospechadas- que lo explican de forma racional y no mitológica.

Siglos después, Galileo abrió el horizonte de la ciencia matemática moderna al afirmar que el verdadero conocimiento reposa sobre la lectura del gran libro del universo, un texto cuya lengua son figuras geométricas que se expresan matemáticamente.

Y ya a comienzos del siglo XX, Bertrand Russell –el filósofo matemático contemporáneo por excelencia- nos mostró la identidad entre la lógica y las matemáticas. Ambas tan solo difieren como un niño de un adulto: la lógica es la juventud de las matemáticas y las matemáticas la madurez de la lógica.

La cuarta revolución industrial que hoy vivimos, basada en dispositivos ciber-físicos y en la inteligencia artificial, es impensable sin esta aventura matemática desde Pitágoras hasta nuestras días. Más aún, el poder de este conocimiento físico-matemático asociado a la tecnología es el que ha hecho posible dicha revolución. La gestión de la crisis del coronavirus y las aplicaciones de la ciencia y la tecnología en el momento presente son, por otra parte, el mejor ejemplo de la aplicación práctica del poder de las matemáticas.

No resulta sorprendente que los países que mejor han gestionado esta crisis son aquellos que tienen planes ambiciosos para la promoción de los estudios en las áreas STEM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas). En China, por ejemplo, más del 55% de sus jóvenes eligen grados universitarios asociados a estos ámbitos de conocimiento. En España, la cifra no supera el 10%. Más aún, el número de mujeres en las áreas STEM no alcanza el 25% y en algunos grados como Ingeniería Informática las cifras no llegan al 15%, observándose un descenso progresivo de matrículas en estas áreas. Si esta tendencia no se corrige, el gap de talento digital entre oferta y demanda seguirá creciendo, pese a las dramáticas cifras de desempleo juvenil y el tsunami laboral que ya nos amenaza tras la Covid-19.

A todas luces el talento STEM es el gran habilitador de las sociedades del conocimiento del siglo XXI. De ahí la necesidad de que fomentemos las vocaciones científicas y tecnológicas desde edades tempranas. En esta era de la automatización, es especialmente relevante para la igualdad de oportunidades que todos los alumnos puedan recibir formación en matemáticas y programación, los lenguajes –junto al inglés- del siglo XXI. Esta formacióntanto en matemáticas como en el ámbito digital es preciso hibridarla con la educación en todas aquellas competencias que no son automatizables: la creatividad, la innovación, la inteligencia emocional y la colaboración. Las llamadas competencias soft, junto a la filosofía y la ética, son el complemento necesario para la formación integral en nuestros días.

En este contexto, la posibilidad de que la juventud española pueda cursar un Bachillerato de Ciencias Sociales o un Bachillerato Tecnológico en el que esté ausente el gran libro de las matemáticas no deja de ser, al menos, incoherente desde un punto de vista lógico. A corto plazo, solo traerá consigo alumnos menos formados que tendrán dificultades para cursar sus estudios superiores y una mayor tasa de abandono en estos estudios. A largo plazo, ser analfabeto matemático no hará sino infantilizar la mente e incrementar la barbarie de la voluntad individual y colectiva.

Necesitamos abrirnos durante toda la vida a todos los saberes para ser plenos, felices y lúcidos. Necesitamos de la filosofía, de la poesía, de la ciencia y también de las matemáticas.

Necesitamos más hombres y mujeres que estudien y disfruten con el aprendizaje de las matemáticas. Que se sorprendan de la armonía numérica que subyace bajo la música y que apuesten con esfuerzo por lograr la formación que demanda el futuro del trabajo en esta era de la industria 4.0. El reto no es solo tecnológico sino también de política educativa.

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